jueves, 14 de enero de 2010

TEXTOS LITERATURA MEDIEVAL

LA MUERTE DE ROLDAN




El rey cuando lo vido, oít lo que faze,
arriba alz6 las manos, por las barbas tirare,
por las barbas floridas bermeja sallia la sangre;
esa ora el buen rey oít lo que diráde,
diz: "¡Muerto es mio sobrino, el buen de don Roldanel
“Aquí veo atal cosa que nunca vi tan grande;
"yo era pora morir, e vos pora escapare.
"Tanto buen amigo vos me soliádes ganare;
"Por vuestra amor arriba muchos me solián amare;
"pues vos sodes muerto, sobrino, buscar me han todo male

ANÓNIMO Cantar de Roncesvalles


EL CUENTO DEL CABALLERO




Narran antiguas historias que en otro tiempo gobern6 la ciudad de Atenas un su duque y señor, llamado Teseo, conquistador tan emérito que no había entonces ninguno tan grande como él bajo la capa del Sol. Después de que someti6 muchas y opulen­tas comarcas, acabó, por su talento y caba­llería, conquistando el reino de Feminia, que antaño denominábase Escitia; y allí cas6 con la reina Hip6lita, a quien con mucha honra y solemnidad llev6 a su tierra. Acompañábales Emilia, hermana de Hipé­lita, y con ellas cabalga el noble duque hacia Atenas, entre victorias y melodías, al frente de su hueste en armas.

De no ser demasiado prolijo de contar, aquí os relataría cómo Teseo ganó el reino de Feminia con su caballería; y la reñida batalla que libraron los atenienses con las amazonas; y cómo Hipólita, brava y bella reina de Escitia, fue solicitada; y la fiesta de bodas, y la gran tempestad que hubo de regreso al país de Teseo. Mas callaré estas cosas, que el tiempo apremia y tengo que arar mucho campo con floja yunta. Aún queda buena pieza del cuento y a nadie quiero retardar en su etapa, pues cada uno ha de narrar su historia para que se vea quién gana la cena. De manera que torno a donde quedé, y digo que estando ya el duque a punto de llegar a su ciudad con felicidad y gran fausto, vio a un lado del camino mu­chas enlutadas que, arrodilladaspor parejas unas detrás de otras, proferían tales clamores y lamentos que nadie oy6 nunca "en este mundo otros, semejantes. y las mujeres, sin lejar en sus vociferacio­nes, asieron las bridas del caballo del duque.
-¿Quiénes sois y por qué turbáis la alegría de mi regreso con esos sollozos? -dijo Teseo-.
¿ Clamáis y lloráis por envidia de mi gloria? ¿ O alguien os infiri6 ultraje ? Decidme, si así es, si os lo puedo remediar, y explicad el motivo de vuestros lutos.


Habló la más anciana de las mujeres y dijo con voz tan quebrada y tan abatido semblante que daba compasi6n mirarla y oírla:

-No nos duele, ¡oh señor, a quien la suerte favoreci6 con la victoria y la conquis­ta!, tu gloria y tu honra, sino que te impe­tramos piedad y amparo. Soc6rrenos, ¡infeIices mujeres que somos!, con tu clemente bondad. Porque sabed, señor, que entre todas nosotras no hay una que no haya sido reina o al menos duquesa, pero ahora, por ardides de la fortuna y de su engañosa rueda que en ninguna condici6n asegura la dicha, hemos caído en gran aflicci6n· Quince días hemos esperado en el templo de la diosa Clemencia, sin más fin que' acudir ante ti y pedirte auxilio, pues en tu poder tienes el hacerlo. Yo, cuitada de mí, a quien ves en estos llantos y lamentos, esposa fui del rey Capaneo, muerto en Tebas en aciago día. Y todas las demás de nosotras son también viudas y perdieron a sus maridos en el asedio de aquella ciudad. Pero es lo peor que el viejo Creón, tirano de la ciudad de Tebas, impelido por su rencor, iniquidad e ira, ha querido ultrajar los cadáveres de nuestros esposos y señores y, haciendo una pila con ellos, los ha dejado para que los canes los devoren, sin permitir que nadie entierre ni incinere esos cuerpos muertos.

A esto, todas las demás damas se postraron en tierra, lamentándose:

-¡ Ten piedad, señor, de estas infortu-nadas mujeres, y no cierres tu ánimo a nuestra cuita !

Cuando las hubo oído, el duque se apeó, sintiendo el coraz6n desgarrado al ver en tal tristeza y desfallecimiento a señoras tan principales. Hizo levantar con sus propias manos a todas y las confort6 con muchos extremos, jurándoles por su honor de caba-llero vengarlas y castigar de tal suerte al tirano Cre6n, que toda Grecia supierac6mo Teseo había aplicado a, Cre6n la muerte que merecía. Y,' sin dilaci6n, mand6 des¬plegar banderas y encamin6se a Tebas con toda su hueste. No quiso llegarse a Atenas, ni a caballo ni : pie, ni descansar siquiera la mitad de un día, sino que, enviando a Atenas a Hip6lita, con su joven y galana hermana Emilia, él sigui6 marchando hacia Tebas.

Sobre su bandera blanca campeaba, resplandeciente, la figura encarnada de Marte, armado de lanza y escudo, y junto a la blanca bandera se veía el rico pend6n dorado donde estaba pintado el Minotauro a quien Teseo diera muerte en Creta. Y con tal aparato y al frente de su ejército, donde se alineaba la flor de la caballería, lleg6 el conquistador ante Tebas y puso pie a tierra en un campo donde contaba pelear.
Mas, por amor de la concisi6n, sólo diré que Teseo combatió con Creón, tirano de Tebas, matándole en noble y caballerosa lucha y ahuyentando a sus hombres. Luego entró en la ciudad por asalto, demoli6 mura¬llas, tablados y armazones y devolvi6 a las cuitadas damas los cuerpos de sus esposos, para que les hiciesen los honores fúnebres que se usaban en aquellos tiempos.

Prolijo fuera contar cuántos llantos y duelos alzaron las mujeres mientras los cadáveres se incineraban, y así no lo relataré, ni tam¬poco los agasajos con que Teseo se despidió de aquellas' señoras, pues es mi propósito hablar sin extenderme.

Luego de que el digno duque Teseo hubo matado a Creón y conquistado Tebas, sentó allí sus reales durante la noche e hizo con el territorio lo que le plugo.

Tras tanta destrucci6n y contienda, em-pezaron los soldados a remover los mon¬tones de cadáveres, para despojarles de sus armas y ropas. Y entre los muertos hallaron, juntos, a dos caballeros jóvenes de ricas armas igualmente labradas, y ambos sangrientamente acribillados de cruentas he-

ridas, al punto de que no cabía decir si se encontraban aún vivos o ya muertos. Lle-garon heraldos, y por las armaduras y arreos de los caballeros vieron que eran de la casa real de Tebas e hijos de dos hermanas. y llamábanse los mancebos Arcites y Pala¬m6n. Los soldados retiraron a los primos de entre los cadáveres y los condujeron con toda cortesía a la tienda de Teseo, quien mand6 encerrarlos en una prisión de Ate¬nas, disponiendo que no se tomara por ellos
rescate alguno. ' -
y luego el noble duque congregó sus huestes, volvi6se a su tierra, coronado de laureles, y habitó en Atenas, con paz y honor. toda su vida. Entre tanto, cautivos en una torre, fuera del alcance-de cualquier rescate, doloridos y acongojados, moraban siempre Arcites y Palam6n.
", Corrieron los días y los años, y una maña-na de mayo, Emilia (que era tan hermosa como el lirio en su verde tallo y más lozana que las flores de la primavera, al punto de competir su rostro con la rosa) levantóse y vistió se, según acostumbraba, antes de rayar el día. Pues mayo es enemigo de la nocturna pereza y hace salir de su sueño a todo corazón puro, exigiéndole que se alce para tributarle homenaje.

Eso hacía Emilia y por ello se levantaba a rendir homenaje a mayo.' Vestía ropas sutiles y ornaban su espalda rubios cabellos, recogidos en una trenza del tamaño de una
vara. Mientras salía el Sol, corría la don¬cella por el jardín, cortando flores blancas y bermejas para enguirnaldarse las sienes, y entre tanto, cantaba con la voz de un ángel del cielo.
La robusta y maciza torre que servía de prisión a los dos caballeros de que os hablé y os pienso seguir hablando, formaba un ~ principal del castillo y comunicaba con la muralla del jardín donde retozaba Emilia. La mañana era despejada y brillante el Sol, y Palamón, el infeliz cautivo, había despertado ya y, autorizado por su guar¬dián, paseaba por una de las habitaciones más altas, tanto que desde allí cabía ver toda la gran Atenas y el jardín, engalanado de verdes frondas, donde la gentil Emilia se solazaba.

Mientras el angustiado Palam6n paseaba por el aposento, volviendo sobre sus pasos una vez tras otra deplorando mil veces su desgracia y el haber nacido, sucedió, ya fuese casualidad o destino, que a través de las gruesas rejas de la ventana, tan cua¬dradas como vigas, percibió a Emilia en el jardín. Al punto retrocedi6 el caballero, prorrumpiendo en un lamento tal como si le hubiesen traspasado el corazón. Oyén¬dolo Arcites, fuése a él prestamente y le preguntó:

-¿ Qué tienes, primo mío, que has palidecido como un difunto? ¿Por qué gritaste y quién te causó mal? Lleva, por Dios nuestra prisi6n con paciencia, que, pues nos la ha deparado la fortuna, no tiene remedio posible. Alguna maligna posición de Saturno respecto a otra constelaci6n nos ha traído esto, pese a nosotros. ¿ Qué nos queda hacer sino aceptar la suerte que los astros, al nacer, nos reservaban?

A lo que Palam6n repuso:

-Te engañas, primo mío. No grité pensando en la prisión, sino porque acabo de recibir en mi corazón, mediante mis ojos, una herida mortal. La hermosura de una doncella que he visto recreándose en el jardín ha sido la causa de mi suspiro y pena. No te puedo decir si es diosa o mujer, pero a mí me parece la misma Venus.

Y con esto cayó de rodillas, exclamando:

-¡Oh, Venus! Si te plugo transmutarte de tal modo en ese jardín ante mí, que tan triste y desvalida criatura soy, pídote que nos ayudes a salir de este encierro. Mas si. .es voluntad divina que yo haya de morir aquí, compadece, Venus, nuestro linaje, que de tal guisa ha humillado la tiranía.

Mientras Palamón hablaba, Arcites había empezado a contemplar a la dama, y tanto le impresionó su singular belleza que se sintió aún más traspasado que Palamón, y dijo, exhalando un doloroso suspiro:

-La lozana hermosura de la mujer que en ese jardín pasea me ha matado. Si no logro sus gracias y favores, si no puedo verla más, , seguro es que moriré.

Palamón, oyéndole, se arrebat6 y dijo:

-¿Por ventura te chanceas, primo?

-No me chanceo -respóndió Arcites-.
Así Dios me ayude como no me mofo
.
Palamón arrugó el entrecejo y adujo:

-Ser conmigo traidor y falso no redundaría en tu honor, pues que soy tu hermano y tu primo y entrambos nos hemos jurado solemnemente no oponernos el uno al otro en cosa alguna, ni aun en amor, y ello incluso a costa de tortura y durante tanto tiempo como viviésemos. Y dijimos también que tú me favorecerías en toda coyuntura y yo a ti de la misma manera, lo que no osarás desmentir, pues tal fue lo que juramos. Empero, quisieras ahora disputarme a esa dama a quien yo amo y honro, como lo haré mientras mi corazón no deje de latir. Mas te digo, engañoso Arcites, que no te consentiré obrar así. Yo he amado primero a la dama y te confié mi pena para pedirte consejo y socorro como a hermano juramentado. Como caballero, estás obligado a socorrerme con todo tu poder. Cuando no, te tengo por felón

-Más felón eres tú que yo, pues de corazón te digo que la felonía está en tu naturaleza. Yo he querido a esa dama antes que tú "par amour". En cambio, tú, ¿qué puedes pretender cuando todavía no sabes si ésa es mujer o diosa? Tú eres de índole inclinada a la santidad; yo de índole inclinada al amor, y por ello te he contado mi pasión como a primo y hermano. Pero, aun en el supuesto de que tú hayas amado antes a esa doncella, ¿ cómo no sabes que con el enamorado no rigen leyes, según dijo, con razón, un docto escritor antiguo? A fe que el amor es la ley mayor que puede el hombre tener en el mundo, y de aquí que la ley regular y cualesquiera otra disposiciones sean burladas por el amor siempre. Ama el hombre sin que en ello tenga parte su voluntad, no puede rehuir el amor ni a costa de la muerte, y no deja de amar porque el objeto de su amor sea casada, doncella o viuda. Además, no es verosímil que ni tú ni yo alcancemos nunca los favores de esa dama, ya que no ignoras que nos hallamos condenados a prisión de por vida, sin esperanza de rescate. Estamos haciendo como los dos perros que se disputaron un hueso todo un día y al cabo llegó un milano y cargó con el hueso mientras ellos porfiaban. Así, hermano, no olvides que en la corte del rey, cada uno mira por él, y basta, Ama a esa mujer si te place, que yo haré siempre lo mismo- Y no hablemos más, querido hermano. Piensa que hemos de vivir en esta torre y cada cual ha de aceptar su destino.

Aún discutieron mucho más, pero no tengo tiempo de relatar sus razones y prefiero ceñirme a los hechos y narrar mi historia tan sucintamente como pueda.

Un día, cierto noble duque llamado Perithous, amigo de la niñez del duque Teseo, fue a visitar a éste en Atenas, según acostumbraba, porque eran ambos los dos mejores amigos del mundo, al extremo de que, cuando el uno muri6, el otro fue a buscarle a la regi6n inferior, según rezan los antiguos libros. Mas no hablaré ahora de esa historia. Perithous amaba mucho al joven Arcites, por haberle conocido en Tebas hacía luengos años y, habiendo intercedido por él, Teseo accedió a sacar al tebano del encierro, sin rescate, autorizándole a ir donde quisiera, bajo condici6n de que jamás entraría en territorio de Teseo, ni de día ni de noche, porque entonces sería decapitado a filo de espada. De manera que sólo quedaba al mancebo el recurso de alejarse y andar precavido, pues que su garganta respondía del cumplimiento de su pacto.

¿ Quién podría pintar la aflicción de Arcites cuando supo a qué precio ganaba su libertad? Llor6, quejose, gimió y hasta quiso matarse. Todo el día pasaba diciendo:

_¡ Maldito sea el día en que nací! Peor va a ser ahora mi destino; que ya no moraré en el purgatorio, sino en el infierno. ¿Por qué, ¡ay de mí!, habré conocido nunca a Perithous? De no conocerlo, hubiera yo continuado en la prisión de Teseo, y hubiese sido venturoso sólo con la vista de aquella a quien amo, aunque nunca pudiese obtener sus favores.

Y luego, pensando en su primo, continuaba:

-¡ Ah, Palamón, victorioso eres en esa aventura! ¡Afortunado tú, que sigues en la prisión! Pero, ¿qué digo prisión, cuando es paraíso? A fe que buena treta me ha jugado la fortuna: heme ausente de mi amada y hete tú con ella ante los ojos. De esta manera, teniéndola cerca y siendo caballero digno y meritorio, acaso cualquier veleidad, _ de la suerte te permita satisfacer tus anhelos, mientras yo me veo en destierro y sin gracia, tan desesperado, en fin, que ni el agua, ni el fuego, ni la tierra, ni el aire, ni cosa alguna que de estos elementos se derive pueden ofrecer remedio a mi mal.

Por su parte, Palamón, cuando Arcites hubo quedado libre, entregóse a tantos duelos que la torre retumbaba con sus sonoras lamentaciones. Y tan amargas y salitrosas lágrimas lloraba, que hasta ablandó las gruesas cadenas que sujetaban sus tobillos.

-¡Ay, Arcites, primo mío! -se quejaba- i Bien sabe Dios que al fin venciste en nuestra porfía! En Tebas estás ahora, en plena libertad, y harto poco piensas en mi dolor. Y, como eres valeroso e inteligente, cábete juntar a nuestros deudos todos y hacer a esta ciudad tan cruenta guerra que acabes logrando, por azar o pacto, tener por esposa a aquella por quien yo debo necesariamente perder la vida. Mucha es tu ventaja sobre mí, que eres dueño y libre de ti, mientras yo me pudro en una mazmorra.

Y en esto el fuego de la cruel envidia rasgó su pecho, adueñándose de su corazón con tanta vehemencia que lo redujo a cenizas frías y muertas por ello prorrumpió en las siguientes razones:
-Dioses crueles que gobernáis este mundo y en láminas diamantinas inscribís vuestras decisiones eternas, decidme: ¿ en qué es más dichoso el género humano que el rebaño refugiado en el aprisco? Mátase al hombre igual que a una bestia cualquiera, y amén de ello se le somete a prisiones, contrariedades y dolencias, muchas de ellas, ¡ oh, dioses!, sin culpa alguna. ¿ Qué ley rige esto y atormenta al limpio de mancha? ...

Pero mientras así se deploraba Palamón en su encierro, tornaremos a ocuparnos de Arcites. Había pasado el verano, y las noches, con su mayor longitud, acrecían los tormentos del preso y del desterrado. No podría yo decir cuál de ambos estaba más afligido, pues si Palamón gemía bajo prisión y grillos perpetuos, Arcites veíase para siempre proscrito, so pena de su vida, de la tierra donde su dama moraba.
¿ Cuál enamorado era más digno de lástima? ¿Arcites o Palamón? Uno podía mirar a su amada diariamente, mas sin salir de la torre; otro, dueño de andar por donde quisiera, no podía contemplar a su dama jamás.

CHAUCER Cuentos de Canterbury



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