domingo, 7 de febrero de 2010

"EL FALSO MILAGRO"

EL FALSO MILAGRO


Martellino, fingiéndose tullido, simula curarse ante San Enrique y. conocido su engaño, es apaleado, y al fin, preso y en peligro de ser ahorcado logra salvarse.



Muchas veces, queridísimas, sucede que quien quiere burlar a los demás, y sobre todo a las cosas dignas de reverencia, se ve burlado él, y si logra escapar es con daño. Y puesto que, obedeciendo el' mandato de la reina, doy comienzo con una narraci6n al asunto propuesto, voy a contaros lo que, con desventura al principio y luego, bien ajenamente a su pensamiento, con Felicidad, le ocurrió a un conciudadano nuestro.

Había no hace mucho en Treviso un tudesco llamado Enrique, quien, por ser pobre, trabajaba llevando cargas por un estipendio a quien se lo pedía. No obstante, teníanle todos por hombre de vida buena y santa. De manera que, sin entrar en si ello fue cierto o no, ocurri6, al él morir, según los trevisanos afirman, que en la hora de su óbito todas las campanas de la iglesia mayor de Treviso comenzaron a sonar sin que nadie las tocara. Y, pasado el caso por milagroso, todos decían que Enrique era santo. Todo el pueblo acudió a la casa en que el difunto yacía y su cuerpo, cual el de un santo, llevaron a la iglesia mayor. y cojos, tullidos, y ciegos, y otros de cualquier enfermedad o defecto aquejados, allí se reunían esperando curar con el contacto de aquel cuerpo.

Entre tanto tumulto y movimiento de gente sucedi6 que llegaron a Treviso tres conciudadanos nuestros, uno llamado Stechi otro Martellino y el tercero Marchese, los cuales, visitando las cortes de los señores, solazaban a la gente con sus mojigangas y su destreza en imitar el talante de cualquier otro. Y no habiendo estado nunca en la población, y viendo correr a todos, se maravillaron; y al saber la razón de aqullo quisieron ir a ver lo que había. Y, dejando sus efectos en un mesón, dijo Marchese:

-Queremos ir a ver ese santo, pero no alcanzo cómo podremos llegar, porque creo que la plaza está llena de tudescos y otra gente armada apostada allí por el señor de esta tierra para que no haya disturbios, y además la iglesia esta llena de gente que no se puede entrar.

Martellino, que deseaba presenciar aquello, respondió:

-No quede por eso; que yo hallaré el modo de llegar hasta el cuerpo santo.

Dijo Marchese:

-¿Cómo?

Respondió Martellino:

-Escucha. Yo fingiré estar tullido y tú de un lado y Stechi de otro, como si yo no pudiese andar, me iréis sosteniendo y simulando llevarme para que el santo me cure. No habrá nadie que, al vernos, no nos haga sitio y nos deje pasar.

Gustoles la ocurrencia a Marchese y Stechi, y sin más demora salieron de la posada, y en llegando a un lugar solitario, Martellino se contorsionó de tal modo dedos, brazos y piernas, amén de boca, ojos y todo el semblante, que daba pavor mirarlo, y no habría existido quien así lo viese que no le juzgara inválido de toda su persona. Y, llevado por Marchese y Stechi, se dirigieron a la iglesia, con talante lleno de piedad, pidiendo humildemente y por amor de Dios a cuantos por delante se les ponían que les abriesen lugar, lo que eonseguían fácilmente. De modo que, atendidos por todos y entre voces de ¡ Dejad paso, dejad paso!", llegaron hasta el cuerpo de San Enrique y unos hidalgos que allí se hallaban colocaron a Martellino sobre el cadáver a fin de que recobrase la salud.

Notando Martellino que toda la gente estaba atenta a ver qué le acaecía, con la habilidad propia de él empezó a fingir que extendía uno de los dedos, y luego la mano, y el brazo, y todo él. Y la gente alzaba gran clamor en loa de San Enrique, con tonos ensordecedores.

Había allí un florentino, que conocía muy bien a Martellino, si bien no le había reconocido, cuando llegó, por ir tan desfigurado. Y al verle enderezarse, reconociólo y, rompiendo a reir, dijo:

-¡Señor, y qué chasco! Viéndole venir ¿ quién no hubiese creído que era tullido de veras?

Oyeron tales palabras unos trevisenses y en el acto le preguntaron:

-¿Pues no estaba tullido ese hombre? A lo que el florentino respondió:

-¡ Dios no lo quiera ! Tan entero ha estado siempre como cualquiera de nosotros pero, según habréis podido advertir, sabe como nadie desfigurarse de cualquier modo.

Oyéndole sus colocutores, no necesitó seguir adelante, porque ellos, abriéndose paso a viva fuerza, comenzaron a gritar:

-¡ Prended a ese traidor y escarnecedor de Dios y de los santos, que, no siendo tullido ha tomado esa guisa para de nuestros' santos hacer mofa!

Y, hablando así le cogieron, y de allí le quitaron, arrastrándolo por los cabellos, y desgarrándole cuantas ropas llevaba, mientras le colmaban de puntapiés y mojicones. y quien en ello no colaboraba no se tenía por hombre.

Gritaba Martellino: ¡ Clemencia, por Dios !", Y defendíase en lo posible, pero sin fruto, porque la multitud era cada vez mayor. Y, viéndolo Stechi y Marchese, razonaron que el asunto iba mal y temerosos por sí mismos, no osaban ayudar a su amigo, sino que gritaban, como los demás, que se le matase, sin por eso dejar de pensar en la forma de arrebatarlo de manos del pueblo. El cual le habría de seguro dado muerte si no se le hubiese ocurrido a Marchese un ardid. Y fue que, viendo cerca a los familiares de la señoría, corrió hacia ellos, y al que suplía al podestá, le dijo:

-i Piedad, por Dios! Ese hombre me ha quitado la bolsa con cien florines de oro. Os ruego que le prendáis para que yo recupere to mío.

Al oirle, obra de una docena de hombres de armas se apresuraron hacia donde el pobre Martellino era apaleado sin piedad, y, no sin inmensas fatigas, dispersaron a la muchedumbre y lleváronle, todo roto y maltrecho por airadas manos, al palacio. Siguiéronle muchos de los que por él se creían escarnecidos, al saber que había sido preso por ladrón y, no viendo más justo título para hacerle pasar una mala hora, todos comenzaron a quejarse de que les había quitado el bolsón. Escuchando esto el juez del podestá, que era hombre muy rígido, hízole llevar ante él y le comenzó a interrogar. Pero Martellino respondía con chanzas, como si su percance hubiera sido cosa baladí. El juez, mohíno, mandó que le diesen varios buenos tratos de cuerda, con ánimo de hacerle confesar lo que los demás decían, para llevarlo a la horca. Mas cuando se encontró tendido en tierra y preguntado por el juez si era cierto aquello de que le acusaban, él, comprendiendo la futilidad de decir que no, repuso:

-Señor, presto estoy a confesaros la verdad, pero haced a cada uno de mis acusadores deciros dónde y cuándo le quité la bolsa y yo os responderé lo que he hecho y lo que no.

-Bien me parece- dijo el juez. y haciendo llamar a unos cuantos, uno declaró que le habían quitado la bolsa ocho días atrás, el otro seis, el otro cuatro, y algunos afirmaban que allí mismo. y Martellino, oyéndoles, alegó:

-Señor, mienten con toda la boca. Y de que hablo verdad puedo daros esta prueba: que yo no había venido a esta tierra jamás, puesto que sólo ha poco que estoy aquí y en cuanto llegué fui a ver ese cuerpo por mi desventura, puesto que he sido aporreado como veis. Y que lo que digo es cierto podrán esclarecerlo el oficial de la señoría que preside las presentaciones, y su libro, y mi hostelero. De modo que, si se confirma lo que digo, no me hagáis, a instancias de todos esos malvados, maltratar y matar.

Mientras andaban las cosas en estos términos, Marchese y Stechi, sabedores de que el juez del podestá reciamente contra su amigo procedía, habiendo ya mandado darles unos tratos de cuerda, temieron mucho y entre sí razonaban, diciendo:

-Mal partido tomamos: que le hemos sacado del bandil para echarle al fuego y con gran diligencia fueron al posadero y le contaron lo que sucedía. El hombre, riendo, llevéles a un tal Sandro Agolanti que habitaba en Treviso y tenía gran predicamento con el Señor de la ciudad; y haciéndole detallado todo por su orden, el posadero, con los dos amigos, rogóle por Martellino. Sandro, tras mucho reir, acudió al Señor, pidiéndole que Martellino fuese libertado, y así se hizo.

Cuando fueron a buscarle halláronle aún en camisa ante el juez, todo abatido y muy temeroso, ya que el juez se negaba a oir ninguno de sus descargos. Antes bien, abrigando cierto odio contra los florentinos, estaba dispuesto a hacerle colgar y bajo pretexto alguno quería entregarlo al Señor,
hasta que, bien a su pesar, fue obligado a hacerlo.

Y en viéndose en presencia del Señor, y contándole todo pormenorizadamente, pidiéle Martellino como suma gracia que le dejase marchar, porque, mientras no le hallara en Florencia, pareceríale tener la soga en la garganta. El Señor rió mucho de tan jocosa peripecia y mandó dar un vestido a cada uno de los tres que, contra toda esperanza, habían salido de tan gran peligro: y los tres, sanos y salvos, volvieron a su casa.


BOCCACCIO Decamerón

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