jueves, 12 de noviembre de 2009

LA REVUELTA DE JONIA .HERODOTO

Dos naciones tan distintas como Grecia y Persia no podían coexistir en paz. Los griegos se gobernaban a sí mismos; los persas obedecían a un solo señor, que tenía también bajo su mando infinidad de otros pueblos que no eran persas: fenicios, tracios, egipcios y anatólicos.


Después que Darío hubo subido al trono, vivía en Crotona un hábil médico llamado Democedes, el cual, por sus desventuras, fue a parar a Asia y cayó en manos del cruel sátrapa Orestes, que le maltrató y le cargó de cadenas. Cuando Darío hubo castigado a Orestes por la atrocidad cometida con Polícrates de Samos, al desmontar de su caballo cuando regresaba de Sardes se le torció un tobillo, y llamando a sus mé­dicos se puso en sus manos para que le curasen el daño que se había hecho. Pero los médicos no acertaron a aliviarle, sino que empeoraron sus sufrimientos, de tal modo que el intenso dolor no le dejaba dormir desde hacía ocho noches. Por fin, habiendo llegado a oídos del rey que entre los esclavos capturados a Orestes había un médico griego, mandó que compareciese en su presencia y le interrogó sobre su arte. Democedes, que sólo deseaba volver a su patria, Crotona., quiso disimular que era médico; pero Darío le amenazó con el tormento si no hablaba con franqueza, y entonces Democedes no tuvo más remedio que confesar que aquélla era, en efecto, su profesión; y curó a Darío en menos de una semana, salvándole de la cojera y haciendo cesar por completo sus dolores.

Darío, agradecido al médico heleno, le libertó de sus cadenas, le regaló un gran palacio y le tenía siempre como invitado de honor a su mesa. Pero no quiso escuchar los ruegos de Democedes, que siempre le pedía que le dejase regresar a su amada ciudad de Crotona. Cierto día la propia esposa del rey, Atosa, se puso enferma de un tumor que le salió en el pecho. La reina lo disimulaba al principio, por vergüenza; pero cuando el mal hubo aumentado hasta el extremo de hacerse insoportable, se lo dijo a su esposo y a Democedes, que quiso servirse de aquella circunstancia para planear su regreso a Crotona. Concibiendo un astuto plan, se lo comunicó secretamente a la reina y le dijo que si ella quería ayudarle en preparar su fuga, él la curaría. Atosa consintió en ello. Democedes puso manos a la obra y la reina no tardó en en­contrarse del todo sana del tumor que la atormentaba.

Cuando hacía ya unas semanas que se encontraba bien comenzó Atosa a decir a Darío, como si expresase un capricho de mujer:

-Esposo mío, hace tiempo que no has emprendido ninguna hazaña digna de tu gloria. Ahora estás en la flor de la juventud y tienes en tu mano los ejércitos de toda el Asia.¿ Qué te impide conquistar el resto del mundo?

-Precisamente -respondió Darío- parece que has leído en mi pensamiento, pues estoy preparando desde hace algún tiempo una expedición contra la tierra de los escitas.

-Medítalo antes, señor -respondió Atosa-, y deja en paz por ahora a esos bárbaros, que no son primicias dignas de tus armas. Hay en el mundo un pueblo mucho más esclarecido y famoso: el griego, cuya fama llega hasta los confines del Océano. Siempre que se habla de él oigo decir tales cosas que me maravillo, y daría todos mis bienes por verme, .. rodeada aquí de doncellas argivas, laconias y atenienses que fueran mis esclavas. Y parece que los dioses disponen que sea así, porque con ese griego que te sirve, Democedes, te han traído el hombre más apto para informarte de los puntos débiles del país si le envías a un viaje de exploración en compañía de otros vasallos tuyos. Creo que con él podrías pro­porcionarte un excelente explorador antes de atacar a Grecia.

No le costó mucho al rey dejarse convencer por las razones de su esposa, pues si deseaba someter a los escitas, deseaba mucho más enseñorearse un día de los griegos. y sin presentir el engaño que se le tendía mandó llamar en el acto a Democedes y le dio instrucciones para que hiciera un Viaje de exploración por toda Grecia, cargándole, además, de inmensos regalos destinados a su familia en Crotona.

Democedes, loco de contento al ver el buen éxito de su plan, gracias a la ayuda de Atosa, se puso en camino en compañía de quince persas, oficiales del ejército, que le acompañaban para informarse de las cosas de la Hélade. Navegaron por toda la costa del mar Egeo, después pasaron al Adriático y de allí a Italia, sacando los planos de sus costas, sin dejar de anotar nada por escrito. Así llegaron por fin a Tarento, donde reinaba un monarca llamado Aristofilides, a quien Democedes logró fácilmente sobornar, diciéndole que quitase los timones a las naves de los persas y los encarcelase por espías. Mientras se hacía esta emboscada a la tripulación, Democedes tomó el camino de su amada Crotona y llegó a ella. Pero Aristofilides, cuando el otro estuvo ausente, libertó a los persas y les devolvió los timones de sus naves.

Los espías se hicieron a la vela en se­guimiento de Democedes, y llegando a Cro­tona le hallaron paseándose por la plaza pública. Entonces se le echaron encima y quisieron amarrarle, pero los crotoniatas acudieron en defensa de su conciudadano, sin hacer caso de las amenazas de los persas, que les decían: "¡Vosotros seréis los primeros a quienes atacará Darío cuando marche contra Grecia.!". Pero no les valió, y tuvieron que embarcarse de nuevo hacia Persia, no sin haberles encargado antes Democedes este recado para Darío:

-Decid al Gran Rey que me perdone. Voy a casar a mi hija con el atleta Milón; el luchador a quien él tanto aprecia. Los dos amamos el mismo deporte y somos partidarios del gran Milón; así sé que fácilmente me perdonará.

Pero Darío no olvidó el engaño de Demo­cedes. Estas y otras muchas cosas iban enfureciendo poco a poco al rey de Persia contra los helenos.

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